Quienes sean como niños.
Todas las personas que decidan recuperar la inocencia, la libertad y la ausencia de prejuicios, podrán escucharlo nuevamente.
Al crecer normalmente perdemos nuestra sabiduría esencial y la reemplazamos por los conocimientos que nos permitirán avanzar académicamente, construir nuestro entorno material y crear una identidad cultural que varía según el lugar geográfico en el que nacimos. Sin embargo, nunca dejamos de extrañar la paz y la plenitud que algún día tuvimos y empezamos a buscar algo que dé sentido a nuestra vida por otros caminos. Por eso la magia, la metafísica, el esoterismo, las hechicerías y el satanismo; así como las religiones, las creencias y las diversas doctrinas, son una parte importante de nuestras creaciones humanas adultas, con todas sus virtudes y sus vicios.
No nos damos cuenta que para escuchar a Dios necesitamos volver a ser como los niños que éramos cuando aún no habíamos aprendido a tener prejuicios. Debemos recordar esa época en la que todavía no sabíamos nada sobre las diferencias raciales, ideológicas, religiosas, sociales o culturales y por lo tanto nadie era nuestro enemigo.
Escuchar a Dios es escuchar la voz de la conciencia. Todas las personas lo hacemos habitualmente sin darnos cuenta, porque en realidad es un acto tan natural e inherente a los seres humanos como la respiración.
La inestabilidad mental, la influencia de alucinógenos y sustancias psicotrópicas, así como todas las videncias y formas de concentración, meditación y relajación que conducen a estados diferentes al de la vigilia pura y simple, son circunstancias totalmente incompatibles con la comunicación natural que poseemos con Dios a través de nuestra conciencia.
Hemos recibido su orientación todo el tiempo y lo sabemos, porque todos conocemos muy bien esa voz aunque nadie lo acepte. Durante nuestras actividades diarias siempre tenemos que decidir entre enojarnos o ser pacientes, herir o consolar, gritar o comprender, pegar o acariciar, ser indiferentes o ayudar, destruir o construir, manipular o respetar, matar o salvar y cada una de nuestras acciones está siempre precedida por esa breve, habitual y casi imperceptible conversación que sostenemos con la conciencia, antes de resolver lo que haremos.
¿Cuáles son las palabras de Dios? Las que nos dicen que tender una mano es mejor que lanzar un golpe, las que nos muestran que nadie es nuestro enemigo sin importar cuáles sean las razones culturales que nos llevan a odiar a un desconocido, y las que nos invitan a sentirnos bien con nosotros mismos obrando del modo que nos inspire mejores sentimientos.
Para los niños las fronteras son un concepto totalmente incomprensible. Recordemos que todo lo que crea división es una frontera. No solamente las delimitaciones territoriales dividen a las personas; también las razas, las religiones, las creencias, las diferencias culturales y socioeconómicas. Pero la inocencia infantil siempre hará que un niño juegue con otro sin discriminarlo por ningún motivo. Una persona que logra crecer sin prejuicios jamás irá a una guerra a matar a un extraño que no le ha hecho nada, por seguir odios ajenos y razones que bajo la lupa de la sensatez no tienen ningún sentido.
Entendemos y conceptualizamos todo a través del lenguaje, pero la sabiduría de la naturaleza que nos vio nacer y nos rodea, se expresa de una manera diferente a la nuestra; mientras que ella habla a través de los hechos, nosotros lo hacemos usando conceptos y palabras; así, los seres humanos con nuestra indolencia sin límites, tenemos la capacidad de crear un mundo falso a través del lenguaje y creerlo, sin tomar en cuenta que las cosas son lo que son sin importar cómo las llamemos.
Hasta ahora hemos encontrado la manera de justificar el dolor, la tortura y la injusticia disfrazándolos con ideas de virtud, pero bajo la guía de la conciencia las cosas son lo que son, sin que ningún argumento pueda cambiar su naturaleza. Bajo esa mirada silenciosa, un homicida material o intelectual siempre será lo que es, lo que sus acciones expresan, sin importar cuál sea el poder, las leyes o las ideas que lo respaldan. Sin embargo una nueva generación de personas conscientes tendrá la capacidad de forjar sociedades sabias, para las que no existirá ninguna posibilidad de convertir en héroe a quien ha levantado una mano para matar a otra persona, o ha incitado a otros a una acción semejante. Para alguien consciente no hay juicios, pero tampoco hay autoengaño; por eso su percepción sobre los actos equivocados solamente cambia cuando ocurre una transformación verdadera, cuando son los actos y no las palabras quienes hablan acerca de las grandezas humanas.
En el momento en que la conciencia entre a regir a la humanidad a través de cada individuo, se desvanecerán todas las posibilidades de elegir líderes que no posean una transparencia genuina y que no puedan demostrar coherencia entre sus actos y sus palabras. Sin embargo, el camino para proteger el entorno social de las personas potencialmente dañinas no puede ser el de la discriminación, la tortura ni el estigma, porque una de las principales características de quiénes actúan bajo esta guía es ocuparse de sus propias fallas y no de las ajenas. Para resguardar la seguridad pública es necesario apartar a los individuos equivocados a dónde no tengan la posibilidad de herir a nadie, pero sin privarlos de la oportunidad de tener un cambio real y de recuperar su dignidad si llegan a concientizarse algún día.
Nuestra forma de pensar obedece a ese proceso que vivimos al convertirnos en adultos, a través del cual nos acostumbramos a ver lo anormal como ordinario, gracias a la presión del entorno y a su adiestramiento despiadado. La mayoría de nosotros aprendió a dirigir su vida a través del enojo, del odio, del egoísmo y de la soberbia, en vez de hacerlo a través de las más profundas convicciones de la sabiduría interna; por eso son casi inexistentes las personas que logran mantener vigentes los principios de la conciencia, y sobrevivir en el mundo sin seguir los lineamientos socioculturales que son totalmente opuestos al bienestar, a la plenitud y al buen juicio.
La humanidad ha realizado grandes descubrimientos, pero aún ignora que la capacidad de razonar que define su superioridad, no necesariamente es una garantía de supervivencia como especie. Aún hoy recordamos con orgullo la rueda y el fuego, pero el universo con su perfección infinita parece observarnos humilde, prudente y silenciosamente, como diciendo: “Descubrir es apenas el primer paso, deberías esperar un poco y cantar victoria cuando hayas logrado encauzar sabiamente todos los hallazgos que has hecho”.
Podemos hablar de Dios siempre, pero solamente podremos sostener una conversación con Él cuando volvamos a ser como niños.
La voz de la conciencia aflora cuando perdemos el temor a romper las fronteras, los prejuicios y los límites. Cuando decidimos que la nacionalidad y el patriotismo obedecen a divisiones sin sentido, en un mundo donde todos deberíamos convivir armoniosamente ayudándonos unos a otros. Al recuperar la libertad de guiarnos por esa voz que nos dirige con sabiduría, nos convertiremos en personas autónomas y dejaremos de necesitar la guía de las religiones y de las doctrinas; sólo en ese momento recobraremos el poder de decidir sobre nuestra propia vida.
Si la próxima vez que enfrentemos un dilema, entre tantos que tenemos habitualmente, nos detenemos a escuchar un poco más lo que tiene para decirnos la conciencia, o Dios a través de ella, encontraremos bastante fácil esta comunicación y nos preguntaremos por qué no descubrimos antes algo tan simple. Solamente hay que permitir que esas palabras fluyan durante nuestras actividades diarias, de una manera tan natural que ni siquiera representarán una distracción. Así como podemos respirar mientras trabajamos, conversamos o caminamos, también podemos actuar bajo la guía de la conciencia en cada instante de nuestra vida.
La perfección es silenciosa o quizá posee un lenguaje diferente del nuestro; lo cierto es que también puede comunicar con palabras lo que quiere decirnos a través de la conciencia. En realidad no las necesita así como no necesitamos decir mucho sobre su inmensidad cuando contemplamos el cielo lleno de estrellas; pero su modo de transmitir la sabiduría también puede bajar al nivel de nuestro lenguaje llano y simple. Solamente necesitamos escuchar, estar atentos y aprender nuevamente a ser como niños.
Maklau.







